Desde aquel gigantesco rosal, se podía claramente entrever el sendero que subía ascendiendo hasta la mansión de la colina.

El viento ofuscado del crepúsculo otoñal batía intrépido las hojas mustias de los árboles que desfallecían inertes en el lánguido terreno lleno de hojarasca crepitante.

Las huellas del silencio imbatible se hacían hueco entre los árboles fuertemente azotadas por el susurro gélido que se ocultaba invisible por todas partes.

Extraños ecos sonoros parecían sonar a cualquier hora, y a mí, aquella bellísima mansión en forma de rosa me hechizó desde el primer momento en que la vi.

La senda del bosque bifurcaba en zigzag y llevaba justo a la entrada de la misma.

Bellísimas columnas arqueadas y figuras de ornamentación angelical y gótica decoraban su entrada.

Estructuras extrañas como extraídas de cuentos de hadas adornan cada esquina de la gigantesca mansión.

Parecían susurrar palabras a quienes la visitaban por primera vez, y yo, la vislumbré con claridad, estaba allí justo en lo alto de aquella elevada colina, azotada por los vientos imbatibles de los bosques que incesantes se entremezclaban con el eco infinito de los valles y montañas profundamente silvestres.