Yo soy Clemente…o al menos eso parece por ahora.  Soy un primer personaje principal, que abre la historia ficticia de hadas y duendes, Cuentos del Alba 1, Hadas y Humanos, la Conexión, una saga que se mueve entre la realidad y la ficción.

En esta primera parte, la narrativa se abre con el primer capítulo donde se describe mi historia, y la relación que yo mismo tenía con el mar, o la mar.

Si les describo cómo soy tanto interior como exteriormente, puedo decirles que mis rasgos externos se hallan formados por mis ojos que son, como dice mi gran amiga del alma y de la fantasía, de un bello gris claro y poseo una mirada eternamente profunda.

Extremadamente hipersensible, válgase la redundancia, busco a menudo, el suspiro y el respiro del mar para cederle mis llantos y mis alegrías.

Me apasiona caminar junto a la orilla, junto a un río, un lago.

El suave aleteo que el viento produce cuando sopla sobre la débil brizna de hierba extensa en la naturaleza verdosa y densa cuyo tacto calma mi espíritu poético, me deleitan mientras me hallo alzando la vista al cielo.

Estoy hoy algo melancólico, si me permiten realizar este monólogo descriptivo, ya que al echar la vista atrás y rememorar los años pasados, se avivó en mí aquel gran compañero que se marchó lejos, un terrible día de tormenta.

Eyemo, o al parecer creo recordar que ese era su nombre…

Él siempre quiso volver a ese país de la fantasía…o quizá de la realidad, pues siempre me decía que regresaría de nuevo.

Me hallé con fuerzas para salir aquella noche y dar una vuelta por la ciudad, yendo despacio y respirando la brisa suave y el viento gélido del mar otoñal que se hallaba junto a aquellas numerosas tiendas.

En las mismas, multitud de personas se agolpaban a un lado y a otro, comprando, charlando, bebiendo, y haciendo sus vidas como en cualquier otro lugar.

Los había bien adinerados, y otros menos afortunados, que pedían limosna, sentados en las esquinas gélidas, en las que el vapor y la neblina otoñal calaban sus cuerpos y huesos entumecidos.

Para desentumecerlos habría hecho falta algo más que una sopa caliente o un buen hogar.

Mientras caminaba lentamente, envuelto en aquella niebla densa y espesa, que cubría en ocasiones mis ojos, también veía algunas personas que yacían en lúgubres esquinas.  Apenas tenían fuerzas para levantarse de frío y temblaban, los lugares faltos de luz eran lúgubres, oscuros, apagados, con un denso color negro.