Cuando yo Laura, paseaba por el sendero del bosque siempre llamaba mi atención aquel bellísimo y eterno rosal gigantes.

Se hallaba en un recodo de aquel camino y valle insondable de picos montañosos y eternos, de sombras y hondonadas lúgubres que socavaban el terreno y lo prolongaban extensamente.

Bellísimas sendas llenas de árboles que parecían alcanzar el inmenso cielo celestial se extendían por doquier, reflejando el espejo infinito del universo, cuyos colores débiles y frágiles apenas dejaban vislumbrar los bellos rayos del cielo en los eternos días de invierno.

Hubo días en que apenas se vislumbraban o dejaban entrever a través de las ramas secas de algunos árboles cuyas hojas yacían inertes sobre el terreno mojado.

El hermosísimo rosal de color rosa embriaga el bosque con su penetrante olor.

Embellecido y lleno de rosas adormecía a quienes paseaban o marchaban junto a él, envolviéndoles de una cálida y acogedora fragancia que les evadía de cualquier situacion angustiante.

Gigantesco se erigía allí, bello y robusto.  Su grueso tronco se perdía entre las nubes, al tiempo que las rosas colgaban por doquier de sus extensas ramas que se bifurcaban infinitamente por el sendero.