He aquí que somos dos, yo me llamo Laura y  suelo actuar con mi compañero Miguel.

Juntos velamos por los marineros que viajan en alta mar.

Somos dos ángeles jóvenes y sensibles, que pertenecemos al mundo de las hadas, ya que éstas tienen bellos ángeles también a su alrededor, según dice la leyenda que un día me narró el susurro del viento en el bosque.

Si nos llamáis en vuestra mente creativa e imaginativa, nos veréis a vuestro lado.

Conectamos también el mundo de las hadas con el de la realidad, y lo hacemos de múltiples formas, a través de innumerables portales multidimensionales.

Apaciguamos las olas inmensas y furiosas del mar en ocasiones, extraño, para que los marineros no naufraguen en su viaje por los mares inhóspitos.

Para que los viajeros del mar, lleguen llenos de vida e ilusión a sus destinos siempre.

Es por ello que en el bosque de las hadas, velamos una y otra vez por este objetivo.

Ahora los mariner@s de un bello Transatlántico requieren nuestra ayuda,

Cuando el viento del Norte de Europa sopla, deviene gélido en ocasiones, sobre todo en invierno e hiela los postigos en forma de ojo de buey que llevan adheridos muchos barcos en su construcción.

En la historia que nos acontece, este Transatlántico es grandísimo, inmenso, nuevo, recién pintado, blanco, lujoso, y un sinfín de adjetivos que podría destacar aquí, de los cuales por ahora no me haré eco.

No habría tiempo material descriptible para narraros cuán bello era por fuera y por dentro, es por esto que no me extenderé por ahora en detalles aunque no nimios sí extensos para contar en esta corta reflexión.

Aquel día viajaban dichos mariner@s, y viejos lobos de mar, como suele decirse, gente con amplia experiencia en el mar.

Navegaban sobre las aguas frías del Norte, y pese a que Miguel y yo solemos actuar en las aguas del Mediterráneo, si nos llaman en otros lugares o mares gélidos, allí vamos al instante.

Nos invitaron a probar un día gélido, las estancias, los camarotes del bello Transatlántico, no éramos muchos, probablemente unos veinte, pero se nos regaló aquel viaje, que tan agradecidamente disfrutamos.

Una ráfaga súbita de viento nórdico penetró aquel día inesperadamente y sacudió el barco balanceándolo de un lado a otro.

Nos tambaleamos como marionetas carentes de fuerza e inertes en un vaivén desesperado que nos osciló como un péndulo.

En cualquier momento podíamos sucumbir.

De no esquivar las enormes olas que comenzaban a surgir de un lado y otro del barco, podríamos naufragar perfectamente.

La furia del viento incesante nos fustigó sin piedad.

Acudí al grito de un marinero cuyo cuerpo tembló y se estremeció como el resto del grupo.

Fueron momentos en los que en sus mentes apenas divagaban pensamientos, solamente el deseo arduo de que aquel fenómeno atmosférico súbito cesase lo antes posible.