Cuando anochece en el país de las hadas, se oscurece la noche blanca.

Blanca, ya que el cielo se torna lleno de nubes grisáceas llenas de nieve.

Nieva de pronto e nfinitos copos de nieve caen sin cesar sobre los bosques, las gigantescas montañs, los lagos y el mar.

Para Laura y su amado, eternos como el tiempo en el país mágico, es un bello signo de la naturaleza.

En el bosque de las hadas puede nevar tanto en verano como en vierno.

De hecho puede nevar a cualquier hora.

Laura soñaba despierta aquel verano con su amor, lo dibujaba en el cielo y en los árboles, mientras el viento fuerte mecía los ramajes extensos de los valles silvestres.

Susurrantes chamusquidos crujían entumecidos al romperse el murmullo del mismo contra los valles insodables súbitamente.

Laura rememoraba su infancia, cuando pintaba en los gruesos árboles del bosque corazones.

Grabados en troncos densos, susurraban su nombre y el de su amado, y llenaba el alma del bosque vivo que se unía junto con la de Laura y la de su amado, vivos igualmente, y felices marchando y cogidos de la mano, en el bello sendero de la vida.

Se paseaba con su aparente alma gemela, Ángel, a lo largo de la senda, impregnando ambos con sus bellas almas la profundidad de aquel extraño paisaje de hadas entremezclado con la realidad terrenal.

Hubo un momento en el que vislumbró desde la cima, junto a un inmenso faro brillante, un barco de hadas, deslizarse suavemente sobre la orilla crepuscular del anochecer infinito.

Pronto sus miedos a la noche se desvanecieron ante la supuesta aparición de luces angelicales que llenaron los espacios vacíos entre los árboles.

Absorta, observó aquel bello paisaje onírico que se confundía con la realidad por momentos.

Se trasladó súbitamente al barco, y quedó hechizada por los bellos resplandores de la naturaleza.

En tanto el viento siguió soplando y bramando fuera, mientras allá a lo lejos, en el horizonte del firmamento nocturno, brilló aquel bello barco.