Los últimos días del otoño dieron lugar al crudo invierno en Europa, las hojas verdes de los árboles caían temblando al suelo, aplastadas y arrastradas por el batir de las ráfagas de viento incesantes y furiosas que las deshacían como bolas de nieve. Laura, se sentaba junto a un gran árbol, rememorando las historias antiguas que su abuelo le contaba de pequeña junto a una bella chimenea de piedra, decorada con cintas de todos colores que anunciaban el festejo y la llegada inminente de la Navidad. Laura poseía una extraordinaria belleza. La española eclipsaba a quienes se encontraba. Llevaba un largo vestido rosa, y su altura y esbeltez llamaban la atención. Sus largos cabellos rubios alcanzaban la cintura, y un lazo elegantísimo recubria sus cabellos.

Su tierna sonrisa aportaba calidez a quienes la conocían. Incluso muchos se habían enamorado o intentaban enamorarla con dádivas y bienestar. Laura no se dejaba sorprender ni encandilar, y pedía a menudo que quien la quisiera, fuera a un gigantesco faro que se hallaba al final del puerto, y llenara una cruz de madera de bellas rosas, agradeciendo al Padre Eterno, a la Virgen María y a su Hijo Jesús por la creación.
La bella Laura, se ausentaba a menudo, le sucedía con frecuencia. Tenía a menudo el sentimiento como si divagase en una doble realidad, o flotase entre dos mundos, el mundo real, y el de la magia, fantasía, o hadas.